CARTA CIRCULAR
del PADRE GENERAL
- 6 -
Roma, 15 de marzo de 2008
Solemnidad de San José
ABIERTOS
A LOS HORIZONTES DE LA INTERNACIONALIDAD
Un camino difícil, pero
necesario
Queridos hermanos,
había
pensado escribiros una nueva circular después de la conclusión de la Conferencia
Interprovincial de Los Ángeles, que se realizará a inicios de abril, para compartir
con vosotros las reflexiones que se derivaren de ésta, pero las experiencias y los
encuentros que he vivido en estos meses y la ocasión de la fiesta de San José
me han animado a escribir estas páginas.
1.- Entre diciembre y enero visité nuestras
comunidades de la India y del África (Sierra Leona y Ghana), participando entre
otras cosas a la alegría por las dos ordenaciones sacerdotales y una profesión
perpetua de nuestros cohermanos sierraleoneses.
He hecho un poco la cuenta - y también lo he escrito en un breve mensaje
enviado desde África y publicado en nuestro nuevo sito web - sobre nuestra realidad
vocacional actual, considerándola desde el noviciado.
En nuestra congregación tenemos al momento 27 novicios: 12 hindúes,
9 africanos, 2 chilenos y 1 argentino, 2 ecuatorianos y 1 brasileño. Se prevé, en
los próximos meses, la apertura del noviciado en Avon (USA), con 3 novicios - 1
mexicano y 2 hindúes - y, también, la apertura del noviciado en Italia, con la
previsión de 8 novicios, de los cuales 3 italianos, 3 rumanos y otros 2 hindúes.
Es una realidad por la que debemos bendecir al Señor, signo de la vitalidad
de nuestra familia religiosa, momento de grande responsabilidad para las comunidades
formativas y para todos nosotros, con nuestra oración y con nuestro testimonio.
Sin embargo, aquello que más llama la atención no es tanto el número
de los novicios, cuanto su proveniencia, tan variada y verdaderamente …internacional!
Pensemos que el grupo de novicios antes descrito proviene, si no me equivoco,
de 12 nacionalidades diversas.
Frente a esta situación he pensado en la invitación del CG XXI realizada
a todos nosotros a estar “abiertos a los horizontes de la
internacionalidad” que ahora más que nunca es actual
y urgente, y creo que sea útil percibirla en su presencia constante en la
programación capitular.
El CG nos dice que “nuestro
carisma, para poder incidir positivamente en lo pequeño, piensa en grande y
abraza al mundo en un proceso continuo de interculturalidad e internacionalidad…
una congregación abierta y sin fronteras”.
No podemos esconder que este empeño para nosotros es un “desafío”:
no somos “internacionales” a partir de hoy, entiéndase bien, sino que tal vez nunca
como hoy comprendemos que el desplazamiento y el ensanchamiento del eje geográfico
de la presencia de nuestra congregación nos pide un cambio mental y cultural.
Es una cosa que nos concierne a todos: sería anacrónico entender esta
reflexión come un empeño que compete sólo a las realidades del así llamado “primer
mundo”, porque posturas individualistas y nacionalistas crecen a la luz del sol
en cualquier parte y por lo tanto el desafío a tener una mentalidad verdaderamente
internacional debe ser acogido por todas las provincias y las circunscripciones
de nuestra congregación.
Las instancias de la renovación, escribe el CG, provienen “de las nuevas fronteras de la evangelización,
de los desafíos de las otras religiones, de la interculturalidad y de la
globalización”. (CG XXI 2.2.1).
La situación nos empuja a interrogarnos “como signo del compartir, sobre una más atenta distribución de los
hermanos en aquellas regiones marcadas por una mayor pobreza” (CG XXI
1.2.4).
2.- El compromiso propuesto a todos ha
sido sintetizado por el CG con estas palabras: “Eduquemos la mente y el corazón a la alteridad y favorezcamos el
conocimiento y la serena aceptación de las diferencias para una mayor
integración. Enriquezcamos nuestra vida con la inmersión directa, también por
periodos breves, en otras realidades territoriales y culturales, para educarnos
a la internacionalidad y a la convivencia con otras culturas”.
Las palabras y la invitación son muy claras: las pongo delante de mí
y de vosotros porque éste es un sendero al que todos, de alguna forma, hemos
sido llamados a recorrerlo.
Es una cuestión de “mente” y de “corazón”, sobre todo.
Su dinámica de fondo se encuentra en la relación entre el individuo
y lo múltiple, en ponerlos juntos sin uniformarlos y evitando que se dispersen en
la multiplicidad.
Una dinámica de la mente y del corazón que encuentra su fuente viva en
el Dios en el que creemos y que amamos, también Él Uno y Múltiple: así son según
su Espíritu las opciones y los caminos que buscan la unidad respetando la diversidad;
es el demonio, por el contrario, que divide en lugar de unir.
Quizá muchos de nosotros, que han vivido siempre en el propio país
de origen y tal vez en comunidades non muy lejanas … de su campanario, se sienten
un poco preocupados por estas perspectivas internacionales y a lo mejor no encuentran
dentro de si la fuerza para dar su disponibilidad a las mismas, pero hay por lo
menos un recorrido de tipo cultural y mental el cual pienso ninguno puede evadir.
En efecto, cómo pensar hoy que se pueda estar fuera de aquel grande
cambio mundial, que no atañe ciertamente sólo a nuestra familia religiosa, que
trasforma los lugares en flujos, que obliga a los pueblos a encontrarse, a las
culturas a relacionarse y a reconocerse?
Está en acto una trasformación muy grande, que exige una gran
apertura de espíritu.
Sopla el viento del cambio: debemos izar las velas hacia este viento.
Cuando sopla el viento algunos predisponen refugios para protegerse, otros construyen
molinos para valorizar su energía.
3.- La apertura a la internacionalidad para
nosotros significa bendecir al Señor, con alegría, por las nuevas fronteras
geográficas y culturales de nuestra familia religiosa y, sobre todo, comprender
que, en la perspectiva internacional, non existe ya centro o periferia, cultura
dominante o cultura subordinada, sentimiento de superioridad o sentimiento de inferioridad.
Esta mentalidad internacional que abre el corazón y la mente y de todos
nosotros, abre también, por así decirlo, las fronteras de las provincias y de
los organismos similares, obligándoles a preguntarse concretamente cómo pueden acoger
el desafío de la internacionalidad y no permitiendo que alguna se cierre en sus
propios problemas y necesidades o permanezca únicamente… en espera de ayuda.
Ciertamente, ninguno admitiría hoy ser victima de una mentalidad cerrada
a este proceso de transformación y a este cambio, sin embargo es bueno que nos
interroguemos si en verdad nuestro modo de acercarnos a quien es diverso de nosotros
está exento de prejuicios: a veces, más allá de declaraciones contrarias, son
las valencias simbólicas de los gestos las que revelan la verdadera naturaleza
de los sentimientos, la presunción de superioridad mal encubierta con pequeñas sonrisas
(a lo mejor de conmiseración), la ostentación intelectual y la “incuestionabilidad”
de las propias posiciones, la falta de confianza.
En mi reciente visita a la comunidad formativa de Ghana, uno de
nuestros estudiantes me confesaba que, habiendo llegado ahí de otro país africano,
su sufrimiento más grande fue que, al inicio, se sentía tratado por los otros
no como persona y en relación a sus características personales, sino según una opinión
llena de prejuicios que se tiene de su país.
Quizá cuantas veces esto ha sido una realidad y continúa a ser una realidad,
sin que ni siquiera nos demos cuenta!
“Sentirse extranjeros” es una experiencia que nos ayuda a entender mejor
a millones de personas que viven en el mundo como emigrantes, que frecuentan siempre
más nuestras realidades educativas y que son “una fortísima posibilidad de servicio carismático que no debemos
desatender” (CG XXI 2.2.3).
“Sentirse extranjeros” es una experiencia ciertamente difícil, pero
puede ser también un justificación que impide encarnarse a fondo en la realidad
en la cual se vive y acogerla, manteniéndose siempre un poco afuera sin querer
pertenecer jamás completamente, sin jamás “encarnarse” en la nueva realidad en la
cual se vive: cuando es así la apertura a los horizontes de la internacionalidad
aún debe ser construida, también si se ha dejado el propio país de origen.
Pero, de otra parte, conseguir que ninguno se sienta extranjero debería
ser la atención constante de aquel que acoge a quienes provienen de otra tierra
o de otra cultura.
Todos sabemos cuanto, en la Biblia, se habla del “extranjero” y de la
veneración que se le debe. En Gen 18, Abraham acoge en la encina de Mambré a
los extranjeros (los tres hombres) que se le presentan y, por medio del
“ritual” del lavar los pies, les convierte en “huéspedes”. De esta manera él, brindando
alojamiento y hospitalidad a unos forasteros, acoge nada menos que al mismo
Dios!
Ser extranjero en óptica bíblica es, en ciertos momentos, el
paradigma de la situación existencial del pueblo creyente: “Forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto”
(Ex 22,20). El mismo Abraham, nuestro padre en la fe, experimentó la condición
de extranjero en Ebrón, en medio a los Hititas (Gen 23,4).
En el Nuevo Testamento encontramos la invitación a actuar en forma
tal que “ninguno se sienta extranjero”
(Ef 2,13-19): quien acoge a Jesús como el Cristo, y por lo tanto todos nosotros,
ya no somos “extranjeros o forasteros”, sino que somos
“conciudadanos de los santos y familiares
de Dios”: una llamada a vivir con cualquier persona que encontramos en nuestra
existencia la relación de “familiares de
Dios” y a hacerla salir de la condición de extranjera.
Tal vez, aceptar “hacerse extranjeros”, incluso sólo por poco tiempo,
ayuda mucho a entender en la práctica cuál es el cambio al cual somos llamados:
por esto el CG nos pide “enriquecer”
nuestra vida con “la inmersión directa,
también por periodos breves, en otras realidades territoriales y culturales”.
4.- La apertura a la internacionalidad nos
pide aceptar y reconocer el limite que hay en nuestra experiencia, en nuestra
mentalidad y en nuestra pertenencia y establecer la relación con los otros no sobre
el plano del confronto, sino sobre el del recíproco enriquecimiento.
Es una cuestión de relación entre personas, entre culturas, entre pueblos:
de acercarse con respeto y con veneración, como cuando se nos pone delante de
un misterio, es decir, ante algo que va más allá de nuestra capacidad de
comprender.
Intuir en el otro un misterio que no es posible aferrar
completamente, tanto menos homologarlo o instrumentalizarlo, significa percibir
la diferencia no como una amenaza, sino como una riqueza.
Acercarse a los otros de esta manera significa liberarse de la arrogancia
o de la presunción respecto a si mismo, a la propia cultura o procedencia,
liberarse del prejuicio respecto a los otros y también vencer el miedo de la
diversidad, que nos interroga y nos cuestiona.
El camino internacional de nuestra familia religiosa nos pide crecer,
a prisa, en estas actitudes que son, entre otras cosas, signo de un testimonio
valioso en un mundo que se ha hecho pequeño y nos propone nuevas vecindades: el
encuentro entre pueblos y culturas es un dato de la realidad, un proceso que
debemos tener en cuenta, en la relación abierta entre las identidades.
En todo esto sería demasiado poco hablar de acogida o de integración,
está en juego el testimonio de cada uno de nosotros que nos llama a exponernos,
a entrar en una relación más compleja y enriquecedora, a no decidir de forma anticipada
hasta donde se puede llegar en el encuentro, en el diálogo y en el recíproco enriquecimiento,
sino a dejarse cambiar por dentro, a ampliar nuestra morada para hacerla siempre
más abierta y acogedora.
La fórmula conciliar “el
cristianismo por su naturaleza genera culturas, pero no se liga a ninguna
cultura” (Vat II, GS 58) pienso que pueda ser útilmente releída en nuestro camino
actual poniendo el “carisma” como sujeto de esta expresión.
5.- El desarrollarse de la dimensión
internacional de nuestra familia religiosa en efecto lleva consigo también el
compromiso de “esencialización” del carisma, distinguiendo su núcleo de aquello
que en un determinado lugar es el resultado de su traducción a ese contexto y acogiendo
el hecho de que este venga reformulado y releído no sólo en otros idiomas, sino
también en otras culturas.
En mi reciente visita a la India, curioseando en la biblioteca del
Noviciado de Chemparaky, encontré un cuaderno, escrito a mano, que atrajo mi atención:
se trataba de una especie de “Diario del Noviciado” escrito por los novicios de
algúnos años atrás. En este cuaderno leí tres páginas en inglés bajo el título “An insight of josephan carism - by an indian brother” (“La percepción
del carisma - por parte de un hermano de la India”).
Fue interesante para mí tratar de entender cómo la sensibilidad de
este novicio, ahora cohermano, había percibido el carisma, re-expresándolo según
una sensibilidad que corresponde a su cultura. Por ejemplo, él dice que le ha
producido una grande fascinación el hecho de haber conocido y haber entrado en
una congregación dedicada a los jóvenes pobres y abandonados, sin embargo los
elementos decisivos de su enamoramiento del carisma de Murialdo son la certeza del amor de Dios, la confianza en
la divina providencia, la docilidad a la voluntad divina, la disponibilidad a
un amor humilde y sacrificado… Nada de novedoso, cierto, pero estas acentuaciones
tal vez en otros lugares y para otros jóvenes nuestros no son así tan claramente
recogidas y fascinantes.
6.- Es entonces el Espíritu Santo, hermanos,
que nos está abriendo el camino y que nos pide tener confianza en Su acción: el
proceso de internacionalización de nuestra familia religiosa está dentro de su
designio; esto nos llena de esperanza y de fe.
Desearía pediros, en ocasión de la fiesta de San José de este año, confiarle
a nuestro Santo con alegría y fe esta característica del momento actual de nuestra
familia religiosa.
En el fondo, precisamente de él, nuestro modelo y patrono, podemos implorar
y aprender aquel confiado y abierto abandono a los designios de Dios que fue una
característica de su vida y que nos es particularmente necesaria hoy.
De San José el evangelista Mateo nos dice simplemente: “Hizo cuanto el ángel de Dios le había ordenado”
(Mt 1,24).
Esta obediencia confiada lo pone en movimiento y le cambia la vida.
Dócil a la voluntad de Dios, manifestada por el Ángel, José ha ampliado
los límites de su vida desde Galilea a Judea, desde Judea a Egipto!
Basta leer como en una secuencia los “verbos” que se encuentran en
las palabras del Ángel a José para percibir la movilidad y el dinamismo del Espíritu
en su vida: “No temas… Álzate… Toma contigo…
Huye… Permanece… Regresa…”: una vida en las manos de Dios!
Así queremos que sea nuestra vida y la vida de nuestra familia
religiosa, en todo aquello que el Señor prepara para nosotros como camino y
como gracia.
Con afecto y cordialidad os bendigo.