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P. Luis Rizzo (9/5/1925 - 4/11/2008)




Villa de Teolo (Padova) - 9 maggio 1925

Archidona, Ecuador -  4 novembre 2008


¡Ha muerto el P. Luis Rizzo! Fue la noticia que el martes 4 de noviembre cundió raudamente por todo el Vicariato del Napo y en todas las Comunidades de los Padres Josefinos. Efectivamente a poco de llegar al Hospital de Archidona a donde se le llevó en cuanto se descubrió que el mal era grave y confortado con el Santo Sacramento de la Unción de los Enfermos expiró en la paz de los Santos Misioneros.

Existe un refrán en castellano que dice: “Al árbol se lo mide cuando está caído”. Así es el caso de este insigne misionero que está a la altura de los más grandes misioneros del Vicariato.

El P. Luis nació en Villa de Teolo (Italia) el 9 de mayo de 1925. Sus padres fueron Jorge y Magdalena, un hogar bendito en donde nacieron: Mario, Luis, Andrés y Valentín. Mario murió en la Segunda Guerra Mundial perdonando al soldado alemán que lo mató. Andrés y Luis optaron por ser misioneros y Valentín murió prematuramente.

El trazar estas líneas necrológicas va a ser fácil, ya que nuestro misionero escribió él mismo su autobiografía y la dedicó al actual Vicario Apostólico, Mons. Pablo Mietto. Su autobiografía no es un ponderar las virtudes de su vida ni sus obras, sino que brillan en ella la sencillez y humildad de su personalidad, su virtud característica y el afán de narrar para la posteridad de ecuatorianos, cómo se realizó en los primeros tiempos en nuestro Oriente, el mandato del Señor: “Vayan por todo el mundo y anuncien la buena nueva a toda la creación”.

Su vocación misionera nació para el África, pero una vez fue a confesarse con el famoso P. Leopoldo, actualmente ya canonizado y éste le preguntó: “¿Qué vas a ser cuando serás grande?”. Y él de inmediato le contestó: “Me voy de misionero al África”. El P. Leopoldo le dijo: “Tu África será América”. Continúa la autobiografía: “Salí desilusionado, pues para América que era tierra de dólares, de ricos… y decidí no ser misionero”.

En 1937 llegó Mons. Emilio Cecco a visitar el Seminario de los P P. Josefinos de Murialdo de Montecchio a donde había ingresado Luis y habló con tal entusiasmo de la Misión de Napo que revivió la vocación misionera en el pequeño seminarista y decidió venir al Ecuador. En su autobiografía pide perdón al P. Leopoldo por haberse enojado con él.

La preparación en su vida religiosa la realizó normalmente con sus estudios secundarios y filosóficos como también la etapa del Magisterio.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, ya en julio de 1946 recibió una carta del P. General invitándole a viajar a la Misión del Napo en compañía de otros veinte misioneros josefinos.

Eran los tiempos de la postguerra, el barco “Argentina” que habían abordado navegaba lento, puesto que iba recogiendo las minas del Océano. No le permitieron atravesar por el Canal de Panamá y se vieron obligados a desembarcar en Buenos Aires, atravesar el Continente y esperar un barco chileno para avanzar al Ecuador, la meta de sus ideales misioneros.

En el año de 1947 inicia sus estudios teológicos en nuestro Escolasticado de Ambato, que los corona con su Ordenación Sacerdotal en el Año Santo (1950), el 15 de agosto, fiesta de Nuestra Madre Asunta al Cielo, por manos de Mons. Maximiliano Spíller, en nuestra Iglesia de la Loma-Bellavista de Ambato.

Los superiores lo destinaron a la Parroquia de La Magdalena de Quito y de allí el P. Marcos Camaglia (Párroco) le encargó la atención espiritual de nuestro Santuario del Cinto. Nos dice: “Estaba muy feliz de poder bautizar y atender a las Confesiones”. Pero su verdadera misión estaba en Tena y en un incipiente pueblito en medio de la selva: Tálag, cuya parroquia había sido fundada un mes y medio antes, esto es el 10 de septiembre de 1950, por lo tanto, allí no había Iglesia ni vivienda para él. Como buen Pastor, lo primero que hizo fue un censo y saber cuántas “ovejitas” le había encomendado el Señor y es lo que en adelante hará en todas las parroquias a dónde es enviado.

De Tálag, Mons. Spíller, le envió de párroco a Archidona y allí le pidió de realizar su primer viaje apostólico a lugares bien apartados, viajando en canoa a remo por el Río Napo, visitó Loreto, Payamino, Ávila, Cotapino para misionar a nativos y colonos de esos lugares, le llevó cerca de cinco semanas.

También trabajó como párroco en Puerto Napo y Ahuano. En el año de 1973 Mons. Spíller le envió a fundar Puerto Murialdo en la desembocadura del Río Suno en el Río Napo y aquí nuevamente a buscar el terreno para la fundación, construir la Iglesia, la vivienda para el misionero, la vivienda para nuestras Hermanas Murialdinas y la escuelita para los nativos y colonos. Su salud había desmejorado y tuvo que acudir a Quito para recuperarla aunque no completamente, razón por la cual Monseñor lo regresó por tercera vez a Archidona como Párroco. Allí en el Hospital, gracias a Dios y a los cuidados del Dr. Marco Luna pudo recobrar su salud y seguir con entusiasmo su labor apostólica.

En el año de 1982 Mons. Julio Parise le envió de párroco a Arajuno, luego en el año de 1990 a Santa Clara, permaneciendo en ésta cerca de once años. A fines del 2000 por su quebrantada salud, Mons. Pablo Mietto, juzgó conveniente enviarle a una parroquia más pequeña como es Tálag, cosa que le agradó mucho, pues era la Parroquia en la cual había iniciado su apostolado misionero.

 P. Luis dedica un capítulo aparte a Curaray, misión tan apartada, difícil y tan querida por él y a donde como nos cuenta estuvo 30 veces, acompañado indistintamente por el Hno. José Chandi, la Hna. Guillermina Gavilánez (Murialdina), la Hna. Zoila Álvarez (Hija de la Caridad). En Curaray él tuvo una experiencia misionera diferente, pues se trataba de la tribu de los Huaorani con sus costumbres propias y con un idioma difícil de aprender, pero él pudo aprender lo esencial para evangelizarlos.

Me parece importante y emotivo transcribir como termina este largo e interesante capítulo de su misión en Curaray: “Mi último viaje a Curaray fue en el 2002, era ya el trigésimo viaje; fue la despedida. La salud me impedía realizar viajes tan lejanos y tan pesados. Ahora no me queda más que recordar con tanto afecto a cuantas personas he conocido y rezar a Dios por la prosperidad de mis hermanos de Curaray sean Yumbos como Huaorani. Así lo haré. QUE DIOS Y SAN JOSÉ NOS BENDIGAN A TODOS. ¡VIVA CRISTO REY, VIVA CURARAY, VIVA LOS HUAORANI!”.

En estos días de dolor que a todos nos aflige por la pérdida del P. Luis, nos queda el deber de encomendar su alma al Dueño de la mies que lo escogió y lo envió a Nuestra Misión del Napo. Que él desde el lugar del premio que le habrá dado su Creador siga ayudando a los que hemos quedado en este mundo y que Cristo envíe nuevos misioneros y misioneras a la tarea de evangelizar. ¡Paz en su tumba!

 p. Hugo Sánchez
superior provincial





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