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P. Humberto José Morsucci (3/11/1927 - 23/11/2008)



Mendoza – 03 de noviembre de 1927

Buenos Aires - 23 de noviembre 2008


      P. Humberto escuchó la llamada a la casa del Padre en la mañana festiva del día de Cristo Rey, mientras en nuestras iglesias resonaba el evangelio del rey que vuelve para buscar a su gente con aquellas palabras: “Vengan, benditos de mi Padre”.

     El Dios de la compasión, al que ningún sufrimiento le es ajeno, dijo a P. Humberto: “Ven, bendito de mi Padre”. No había allí mucha gente, estaba acompañado sólo por unas religiosas, en un ambiente de silencio y paz; por eso, le fue fácil escuchar: “Cada vez que ayudaron a uno de estos mis pequeños hermanos, lo hicieron conmigo”.

            P. Humberto fue el primer josefino argentino. Nació en Mendoza el 3 de noviembre de 1927. Hizo el Noviciado en Rodeo del Medio (Mendoza) en 1948, donde el 4 de marzo de 1949 se consagró al Señor en nuestra Congregación con la Profesión Religiosa. Estudió Filosofía en Rodeo del Medio desde 1949 hasta 1951 e hizo Magisterio en Villa Bosch durante los años 1952-53. Viajó posteriormente a Italia, donde realizó los estudios de Teología en Viterbo. Allí el 24 de marzo de 1955 hizo su Profesión Perpetua. Al volver a Argentina fue ordenado sacerdote en Mendoza el 4 de agosto de 1957.

   Llevó a cabo su actividad pastoral durante muchos años en la Parroquia “Nuestra Señora de los Dolores” de Mendoza, en el Seminario de Mórrison (Córdoba), en Villa Bosch, luego en Villa Soldati, también en Requínoa y Santiago en Chile. En 1997 formó parte de la comunidad de la Casa de Formación de Villa Bosch y desde  2002, residía en la comunidad de Villa Soldati.

   Durante muchos años acompañó a las Madres Apostólicas en la Provincia y organizó sus retiros. En el 50º aniversario de su ordenación sacerdotal, a pesar de su deteriorada salud, viajó a Roma, donde se reunió con sus compañeros de curso, dejando en Casa General el recuerdo de su hermosa sencillez y serenidad.

   P. Humberto: alma sencilla, amigo de los jóvenes, nos dejó muchos cuadernos llenos de poesías y reflexiones. Escribía, todo lo escribía, desde el comentario sobre la última circular del P. General, hasta la política argentina, los hechos del día, su meditación, el encuentro con un joven, el evangelio de la mañana, o el último partido de fútbol, que le daba pie para entablar diálogo con los jóvenes.

   Impresionante el deseo de mucha gente, especialmente muchachos, que el día de su funeral quieren dejar su testimonio respecto a P. Humberto. El lugar privilegiado para su apostolado es el patio: su reloj marca con precisión la hora de recreo. Ahí está él con un saludo, adelantado por una sonrisa y la dulzura de su mirada. “Se hace querer”“Tiene buenos oídos para escuchar, acompañar, confesar”“Siempre una palabra justa” – “Se pone al nivel de los niños y jóvenes,  juega a las damas, les gana a ping-pong”. Así se expresan ellos.

   Hay en P. Humberto una mezcla de inocencia del niño, de  picardía del adolescente y de ingenuidad del hombre sencillo. Y los jóvenes lo siguen. Como Murialdo.

   “Ven, bendito de mi Padre”, porque tuviste compasión de todo sufriente, hambriento, sediento… P. Humberto escucha y habla con ternura. Cuenta una maestra: “Una tarde él leía el diario con unos niños a cada lado. Una de las niñas le acaricia el pelo. Es una imagen del padre bueno junto a los preferidos, los niños”.

    Dice Jesús: “Voy a preparar un lugar para Ustedes”. Creo que Jesús le ha asignado el lugar que Humberto prefería, el de los sencillos. Así se comprueba en el año 1987 cuando escribía a su Provincial pidiendo que aceptase su renuncia como Vicedirector del Seminario. Razones: “Sinceramente creo haber nacido para estar en el llano, allí donde se precise un vulgar y simple ‘tapa-agujeros’; allí calzaría yo en mi horma. No obstante ello – y por sobre todo – sea como Dios quiera”. Es la actitud de pobre, en línea con las virtudes características de nuestra Congregación. Está a gusto con su comunidad, no pide nada, no necesita nada; y siente que “la humildad le llevará a encontrar la alegría en la vida pobre y escondida”, como nos sugiere La Regla. Busca esta meta con constancia en la oración. Escribe: “Si hoy y ahora nos zambullimos con tiempo de silencio y oración para darle a la vida sabor, descubriremos la sola gran verdad: Dios tiene puesta su complacencia en los hermanos pobres, en los adolescentes desconcertados”. Humberto es sensible a los pobres. Entiende que allí está el núcleo de las Bienaventuranzas.

   El 5 de agosto del año en curso en su comunidad festejan los 51 años de su sacerdocio. Él goza, le gusta toda fiesta. Llegada la noche, escribe en su cuaderno: “En casa, los hermanos me reconfortan”. Es la otra faceta de la fraternidad.

   Dentro de ti, Humberto, hay algo que perdura más allá de la muerte: la imagen única que Dios se ha hecho de ti, el espacio interior del silencio, al que no llega el bullicio del mundo y en el que Dios habita en ti.

   ¡Descansa en paz, Humberto! Has llenado tu vida. Y, aunque a veces no te entendíamos cuando hablabas con tu voz debilitada, tú sí, en cambio, has escuchado esas palabras, fuente de una felicidad que no tiene fin: “Ven, bendito de mi Padre”.

   Gracias por todo ese tiempo compartido. Tus poesías y tus charlas en los recreos nos acompañarán como un valioso testimonio de una vida siguiendo a S. Leonardo Murialdo. Y desde el cielo sigue enviándonos esos poemas que tenías para cada acontecimiento.

   Te recordamos en nuestras oraciones como nos pediste en tu testamento.


                                                                    P. Pablo Cestonaro
                                                                    superior provincial


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