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P. Pietro Crema (18/7/1930-11/9/2004)


Saletto, 18 luglio 1930

Hermosillo, 11 settembre2004



En la solemnidad de los SS. Apóstoles Pedro y Pablo, aniversario de su ordenación sacerdotal, p. Pedro nos regaló a los josefinos, presentes en los ejercicios espirituales de Tlalpan, México D.F., una misa que resultó ser su despedida. Lo hizo con tanta unción, solemnidad y emotividad que nos llamó la atención a todos. No fue nada de extraordi­nario. Ni fue una de esas misas kilométricas, típica de los momentos fuertes y emotivos, como en una tanda de ejercicios. Pero eso sí, con su celebración, p. Pedro nos hizo revi­vir el sentido de nuestra ordenación y de nuestro sacerdocio, a través de la conmemora­ción del suyo. Nos hizo comprender la centralidad de la liturgia eucarística y nos dio un toque sobre cómo presidir con sacra ritualidad la liturgia. ¿Premonición o simplemente una coincidencia? Desde luego que, viéndolo tan pletórico, nadie se hubiese imaginado entonces un pronto desenlace. Sin embargo, así lo quiso Dios, por lo que a nosotros ahora nos toca aceptar con humildad su voluntad.

No por ello se acallan las preguntas: ¿Pero, por qué una muerte tan imprevista? ¿Por qué, si todavía se le veía válido y eficaz en su servicio? No obstante la diabetes, desarrollaba perfectamente su ministerio pastoral. Es verdad que un cierto cansancio difuso nos ponía últimamente ya en preaviso sobre algo que estaba fallando. Sin embargo, p. Pedro continuaba con su trabajo como si nada fuese. Muestra de ello son sus recientes apuntes para las clases de Biblia del nuevo año pastoral, preparados con esmero, con el talante de un viejo maestro. Amén de otros planes que él comunicaba a un servidor, cuando hablábamos por teléfono semanas antes de su internación en el hospital.

Dos desmayos, sucedidos en el mes de agosto en sendas misas dominicales, fueron interpretados al momento como desfallecimientos, debidos a las elevadas temperaturas, alrededor de los 45° C, pero luego en el hospital se revelaron como dos pequeños infar­tos. Ante la indigencia de sacerdotes y de josefinos en México, ante tantas necesidades pastorales de la comunidad parroquial de Santa Isabel de Hungría en Hermosillo con sus once capillas, ¿qué señales nos quiere dejar Dios a nosotros con su muerte? El llamado extremo para nuestro hermano es siempre un llamado de Dios también para nosotros, que lo estuvimos acompañando de cerca en la vida. Por consiguiente, a nosotros no nos queda más remedio que meditar en la oración estos acontecimientos, junto con el nece­sario réquiem por él.

Pero también - ¿por qué no? - hacer memoria de esa última celebración ante nos­otros, sus hermanos, para que nos quede ante los ojos el ejemplo de su intensa devoción eucarística. Que sus convicciones profundas nos ayuden a descubrir de nuevo las moti­vaciones. Es que con frecuencia vamos faltos de estímulos para vivir bien la centralidad de la Eucaristía en nuestras jornadas. En particular este año, que el Papa declaró "Año de la Eucaristía". Porque la rutina termina por apagar en nosotros la capacidad de tener sentimientos de asombro ante el misterio de la fe (cf. EdE, 5).

¡Qué bueno recordar también en esta memoria que precisamente en la pequeña capilla del Santísimo del templo de Santa Isabel hemos dejado los restos mortales de p. Pedro! Justo ahí donde él pasaba buenos ratos del día, empezando por la mañana cuan­do iba a abrir las puertas del templo. A solas. Rezando el rosario. Inclusive cantando sólito melodías gregorianas, sin darse cuenta que algún que otro feligrés, entrado sigi­losamente en el templo, lo estaba escuchando admirado de tanto fervor. Allí iba la gente a buscarlo, cuando necesitaba confesarse o platicar sin más, o para pedirle que acudie­ra a atender a un enfermo. Éste es el p. Pedro que queremos recordar. Más allá de sus defectos y fallas, no ciertamente mayores que los nuestros.

El sábado 11 de septiembre, a las 16:05 hrs., nos dejó definitivamente para formar parte de la Familia Josefina del cielo. Ocurrió diez días después de esa inesperada y seria intervención quirúrgica al corazón para reparar su insuficiencia con cuatro by pass. Si bien había logrado superar perfectamente la operación, sin ningún síntoma de rechazo, sin embargo su físico, ya afectado por las complicaciones de la diabetes, no pudo con la neumonía que le sobrevino algunos días después de ser intervenido. Para hacerle supe­rar más fácilmente la infección pulmonar, hicieron llegar medicamentos del extranjero. Pasó los últimos días en estado de sedación completa hasta el desenlace final.

Pietro Luigi nació en Saletto (Padua) el 18 de julio de 1930. Entró en el seminario menor de Montecchio. Luego recorrió las etapas de formación de siempre: noviciado en Vigone, escolasticado en Ponte di Piave, tirocinio en Cesena y Mirano, teología en Viterbo. Tuvo la suerte y 'la bendición' - como solía decir él - de recibir la ordenación presbiteral en Venecia de mano del patriarca Card. Ángel José Roncalli, el Beato Juan XXIII (29 de Junio de 1957). Después de dos años de trabajo como asistente en Santa Marinella, Roma (1957-59), los superiores lo enviaron a Estados Unidos de América, donde pronto se capacitó como profesor para las High School. Primero en Albuquerque, New México (1959-64), donde por tres años ejerció también de maestro de novicios (1961-64). Luego en Avon, Ohio, donde enseñó en Elyria Catholic H. S. (1964-68). Más adelante director de la comunidad de Palmdale - California (1968-77), enseñando en Paraclete H. S. Nuevamente en Avon (1977-82). Se estrenó en la pastoral parroquial en San Pedro, Los Ángeles, California (1982-96). Por último, desde el inicio de septiem­bre de 1996, a la comunidad Josefina de Hermosillo, Sonora.

Podemos decir que esta última etapa es la que reveló su alma escondida, la del ideal misionero. Porque, si por un lado añoraba de alguna manera - medio en broma y medio en serio - las experiencias en EE. UU. y algunas amistades, por otro, su entrega a la gente de aquí, y sobre todo a los jóvenes, no dejaba lugar a dudas. Era su verdad más profunda, la misma que enlazaba con las motivaciones profundas de su vocación. Cuando un servidor le preguntaba si quería algún día cambiar de comunidad, en consi­deración de las elevadas temperaturas por el clima tan extremado, siempre me contestó que por ahora estaba bien en Hermosillo y que no necesitaba ser transferido, porque allí estaba su gente.

«Siempre he pensado - escribió en estos días un sobrino suyo - que p. Pietro ha encontrado allí su meta, en Hermosillo, entre las dificultades y los sufrimientos de una comunidad ciertamente más en lucha por su vida... Allí ciertamente ha podido expresar mejor su disponibilidad hacia los demás. Y allí, estoy convencido, ha recibido el mayor cariño. Últimamente le preguntamos [los familiares] por qué no se decidía regresar aquí [Italia], para poder disfrutar de una vida más serena, cerca de nosotros y de muchos josefinos y amigos. Pues él nunca ha titubeado en contestarnos que su vida estaba allá donde los superiores lo habían destinado. Nunca nos dio la impresión de que hubiese vislumbrado una vida diferente de la que estaba viviendo. También por estas conviccio­nes suyas le debemos todos algo...».

No puedo dejar de citar otro testimonio de una persona que le estuvo muy cerca en estos años: «Dios me ha regalado la oportunidad de haber conocido a un hombre espe­cial... Recuerdo cuando él llegó aquí a Hermosillo. Siempre andaba rojo por el calor, pero con una gran sonrisa y deseos de trabajar... Recuerdo, en la catequesis, las confe­siones: tenía una paciencia enorme con los niños y sus padres. Tenía el don para la con­fesión y para las misas que celebraba de manera tan especial. Luego le daba tiempo para tomarse con calma la foto con el grupo y la catequista.

Como maestro de Biblia en nuestro Centro de formación y capacitación pastoral fue un ejemplo de preparación, puntualidad y asistencia... se preocupaba por enseñarnos con mapas, fotos y documentos que nos facilitaban y ampliaban el aprendizaje.

Siempre alegre, con una ternura muy propia de él. Si iba donde él con algún pro­blema, me llenaba de una paz muy grande, esa paz que viene de Dios... Sí, definitiva­mente, fue un hombre de Dios y con esa personalidad nos enseñó que con las cosas sen­cillas de la vida se puede alcanzar la santidad. Si me pidieran definir su personalidad con pocas palabras, diría: amor, ternura y devoción a María, a José y a Leonardo Murialdo».

Sin embargo, son los jóvenes, los que mejor testimonio han dado de él en el día de su funeral:

«En nombre de todos los jóvenes queremos saludarlo diciendo: Buenos días, padre Pedro. Queremos agradecer a Dios por tener esta oportunidad de poder expresar nuestra imperecedera gratitud por todo lo que nos diste en estos años, ya que aprendimos un sin­número de cosas. Vamos a extrañar mucho tu presencia física en nuestras reuniones, en nuestros encuentros, porque siempre nos brindaste mucha paciencia y comprensión. Difícilmente se olvida a gente como tú, ya que vivirás en nuestra mente y, por supuesto, en nuestro corazón. Siempre tenías tiempo para nosotros, para nuestra perso­na. No ponías ningún pretexto para atendernos, sobre todo en la confesión. En tus con­sejos nos hacías sentir muchachos que sí cometíamos errores, pero que también podía­mos enmendarlos perfectamente, con la fuerza de Dios. Cuando nos metíamos en líos, siempre tenías las palabras y los gestos para hacernos sentir bien. Nunca te negaste para nuestras necesidades personales; de enfermos en la casa o tantas otras cosas, a pesar de que sabíamos que tenías muchos compromisos.

Nos encantaba algo de ti, que apreciamos mucho: más que hablarnos de tu congre­gación, nos dabas el ejemplo, siendo para nosotros padre, hermano y, sobre todo, amigo.

¡Cómo vamos a echar de menos tus chistes y tus saludos! Además de todas las anécdotas que nos contabas. La solemnidad que dabas a todas las celebraciones. La sen­cillez y tu buena cara nos contagiaban y hacían que volviéramos al buen camino.

No fue fácil adaptarnos al principio. Pero sí fue muy fructífero, porque le empeza­mos a echar más ganas a nuestra vida, a nuestros estudios, a nuestro trabajo y a nuestro grupo, siendo mejores profesionistas y seres humanos.

En el Movimiento Juvenil Parroquial siempre estarás presente. Y con el favor de Dios contaremos a nuestros hijos que tú, padre Pedro, fuiste el claro ejemplo de que la juventud no es física, sino del corazón...

Padre Pedro, mejor Father Peter, como te decíamos con cariño, no te vas de esta comunidad. Simplemente vivirás en nuestra mente y en nuestro corazón. El amor que sentías a la Virgen María, a san José y a san Leonardo Murialdo y, sobre todo, a Jesús eucarístico, lo seguiremos cultivando.

¡Gracias a Dios que llegaste a Hermosillo! Tú sabes que somos jóvenes 'broncos', que hablamos 'golpeado', pero en nuestro interior tenemos sentimientos y una gran necesidad de amar y de ser amados. Como decimos aquí, Dios te bendiga siempre, y sigas dándonos tanto desde arriba, al lado del 'Mero Mero

¡Qué cierto es aquello de ser extraordinario en lo ordinario! ¡Gracias por tu ejem­plo, por tu cariño, por tu prudencia, por tu buen humor, por todo! Gracias de todo cora­zón...».

Y otra joven: «Gracias, Padre Pedro, por enseñarnos el verdadero sentido de servir. Nos has enseñado siempre el hermoso carisma de san Leonardo Murialdo, porque ''aprendiendo, jugando y rezando', hemos aprendido a vivir mejor como jóvenes. Tú has sido para nosotros el 'amigo, hermano y padre'. Has estado tanto tiempo con nosotros, los jóvenes, compartiendo momento tan especiales, difíciles y, aunque 'ordinarios', nos enseñaste el camino para hacerlos 'extraordinarios'. Has formado parte de nuestros encuentros de Arcoiris, dándonos siempre lo mejor de ti, tus anécdotas, tus chistes, tus regaños y tu testimonio de vida. Siempre estarás presente en nuestro corazón».

Por fin un animador de grupos juveniles: «Al padre Pedro lo recordaremos por muchas cosas, una de ellas era su estilo para unir a los jóvenes. Era algo especial. Lo extrañamos porque también era uno de nosotros, un hermano... Era un amigo, al que le podías estrechar la mano; y un padre, cuando necesitabas de su fe y de su sabiduría; tení­as la seguridad de recibir una gran ayuda de su parte, porque en el momento que los necesitabas, un jalón de orejas también te lo daba con mucho gusto. Lo digo por expe­riencia... Lo vamos a recordar como persona muy alegre, como el padre de los chistes... Ha sido el tipo de persona que deja huella. De esas personas que se admiran y a las que se reconoce el esfuerzo para estar con los jóvenes. Un padre que no era de edad avan­zada, era de juventud avanzada. Yo le doy gracias a Dios por haber conocido al p. Pedro».

Y todos los josefinos que lo hemos conocido y hemos compartido con él parte de nuestra existencia podemos decir: ¡Gracias, Señor, por la vida de nuestro hermano Pietro!

p. Franco Zago
superior de la VP USA MÉXICO

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