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P. Guillermo Leonel Orquera Vaca (15/9/1925-19/1/2004)


Calacali, 15 settembre 1925

Quito, 19 gennaio 2004



Nuestro querido P. Guillermo Leonel Orquera ha recibido la invitación para dejar esta vida terrena y entrar triunfante en el Reino de los cielos para recibir el galardón por haber sido el servidor fiel y prudente que ha sembrado la sonrisa, la paz y el amor a su paso por este mundo.

El día Sábado 18 de enero fue internado de emergencia en la Clínica Pasteur por una trombosis intestinal que obligó a los médicos a realizar una urgente intervención quirúr­gica, después de la cual su organismo se fue deteriorando lentamente hasta que a las 18 horas 40 del Lunes 19 de enero, rodeado de sus familiares y cohermanos de la Congregación, su vida se apagó serenamente y se durmió para siempre en el Señor, a la edad de 78 años.

El P. Guillermo nació en Calacalí el 15 de septiembre de 1925 en el seno de la fami­lia de Don César Orquera y Doña Leticia Vaca quienes educaron a los 10 hijos que habí­an recibido como un regalo de Dios para, luego, entregar a la Congregación Josefina el 5o y 6o de sus hijos: Guillermo Leonel y César para que sean misioneros josefinos.

Terminada la instrucción primaria en su lugar natal, la voz del Señor que llamaba al pequeño Guillermo a la vida religiosa y sacerdotal se hizo sentir a través de su párroco, P. Carlos Porras y él obediente a esa llamada dejó su tierra y su familia para ir a Ambato y entrar en la Familia de los religiosos de San José. Inició su formación en el Seminario Murialdo, después ingresó al Noviciado que culminó con su primera profesión religiosa el 10 de septiembre de 1946. Luego de su magisterio en el Pensionado Murialdo de la Magdalena y en el Tena, retornó a la Ciudad de Ambato para los estudios de Filosofía y Teología que hicieron de él un hombre de fe y al mismo tiempo una persona profunda­mente humana. La esperada ordenación sacerdotal la recibió el 8 de diciembre de 1954 de manos de Mons. Bernardino Echeverría. Amó y vivió su sacerdocio como el don más pre­cioso que Dios le concedió y mientras se aprestaba a celebrar jubiloso, junto con sus com­pañeros, los 50 años de sacerdocio, el Señor, en sus infinitos designios de amor, tenía otro plan para él, que celebre en el cielo las eternas bodas sacerdotales en unión plena con

Cristo sumo y eterno sacerdote a quien le sirvió con entera fidelidad. El pan y el cáliz que ofrece ahora en sus bodas de oro es su propia vida que unida al sacrificio redentor de Cristo será la ofrenda agradable a los ojos de Dios.

Su fecundo ministerio sacerdotal lo ejercitó en varios campos de apostolado, dis­tinguiéndose como educador y como celoso pastor de almas: de 1955 a 1960, Director de la Escuela Domingo Savio de Tena; de 1961 a 1964, Director de la Escuela Pío XII de San Gabriel; de 1965 a 1968, Superior de la Comunidad de Tena y Rector del Colegio San José; de 1968 a 1969, Superior de la Comunidad de San José de Bellavista y Rector del Seminario Murialdo. En 1969 mientras viajaba de Ambato a Quito sufrió un acci­dente de tránsito del que salvó su vida milagrosamente. Las limitaciones en su salud que le dejó el accidente no le impidió continuar con dedicación su acción evangelizadora y va como misionero a Loreto y Corundo; de 1972 a 1976, Párroco de Tzatzayacu; de 1976 a 1990, Párroco de El Chaco; desde 1990 Vicepárroco en la Parroquia San Leonardo Murialdo (Quito) en donde como en todos los lugares donde trabajó, deja una huella imborrable como hombre de Dios, devoto en la celebración de la Eucaristía, Josefíno humilde y sencillo que llegaba al corazón de las personas para contagiar ale­gría y paz, apóstol abnegado y preocupado por el crecimiento del reino de Dios, siem­pre listo para confesar, para dialogar y ayudar a las personas con mucha cordialidad y siempre dispuesto a extender su mano para bendecir a los niños, los autos, las casas y las instituciones.

En este tiempo en que la Iglesia y nuestra Congregación, a las que amó intensamen­te el P. Guillermo, necesitan de sacerdotes celosos y santos, su testimonio de vida religio­sa y sacerdotal se convierte para los Josefínos que estamos celebrando el Centenario de la aprobación de nuestra Regla en un llamado a la fidelidad y a la vivencia radical de nues­tra consagración y para ustedes, familiares y amigos que compartieron con él sus mejores momentos y lo amaron tanto, se convierte en un signo del amor de Cristo a su Iglesia y de los valores trascendentes que tan afanosamente busca el hombre de hoy.

Con la muerte del Padre Guillermo todos perdemos a un amigo aquí en la tierra pero ganamos un intercesor en el cielo. Siempre lo recordaremos por su amabilidad, su buen humor, su sonrisa amigable y su brazos abiertos para acoger a quienes se acercaban a él. Como lo hacía mientras estaba con nosotros, su recuerdo nos seguirá convocando a reu­nimos a la oración, a la Eucaristía y a compartir con alegría nuestra fe y nuestra fraterni­dad.

Pienso que si el P. Guillermo pudiera decir una última palabra y dibujar en su rostro su última sonrisa estarían dirigidas a quienes amó entrañablemente, a los filósofos del Escolasticado San José, que en estos últimos años gozaron de su agradable compañía, de su sabios consejos, de sus bromas de buen gusto y de su entrañable amistad y afecto sin­cero. Seguramente, como le correspondieron al P. Guillermo con su amistad y le prodiga­ron toda clase de cuidados, que ahora imiten su maravilloso ejemplo de amor y perseve­rancia en su vocación para encontrar el secreto de la alegría de vivir en la entrega a Dios y a los hermanos.

Junto con mis hermanos Josefínos agradezco al Señor por la vida tan valiosa del P. Guillermo, porque como el divino Maestro ha pasado haciendo el bien por este mundo, gracias por el cariño que nos brindó a todos mostrándonos el rostro del verdadero religio­so josefmo: padre, amigo y hermano con el fin de ganar a los niños y jóvenes para Cristo. Confiando en que será una realidad para nuestro hermano la palabra de Jesús: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios, entreguémoslo en las manos del Buen Pastor para que lo ponga sobre sus hombros y lo haga gozar de los pas­tos de vida eterna donde la ternura y la misericordia del Padre Dios lo saciarán y lo harán feliz para siempre.

p. Ratti Gonzàlez Puebla, csj

Superior Provincial


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