Nuevamente Nuestro Padre Dios ha visitado a nuestra Provincia para llevar al Reino de los Cielos a su hijo, el sacerdote Pedro Rostagno Mutterle, en efecto el 13 de mayo del presente año terminó sus días en San Rafael, la Casa Procura de la Misión Josefina de Napo.
Nació en Saluzzo (Cúneo) – Italia el 11 de octubre de 1920, sus padres fueron: José y Lucía. Ellos procrearon cinco hijos de los cuales el segundo fue Pedro. En tan dichoso y cristiano hogar muy pronto escuchó la llamada del Señor que lo invitaba a ser un gran Sacerdote Misionero.
Cerca de su ciudad estaba el seminario de los Padres Josefinos “María Inmaculada” en Montecchio Maggiore. Un seminario floreciente, cuna de insignes sacerdotes y hermanos josefinos y aquí fue admitido a su temprana edad de 11 años para graduarse de maestro. Los tres años, que nosotros llamamos "magisterio", los realizó en el Colegio Camerini Rossi de Padua.
Terminados sus estudios teológicos llegó ya el gran día de felicidad para él, sus papacitos, sus familiares y para los Padres Josefinos con la Ordenación Sacerdotal, recibida en su ciudad natal de manos de mons. Carlos Zinato el 29 de junio de 1946.
El Dueño de la mies, por medio de sus superiores, envió a este nuevo y valeroso obrero a la ciudad de Padua al Patronato del Santo en calidad de profesor y de asistente Scout. Aquí permaneció por cinco años, especializándose en la formación de la niñez y juventud con el método de Baden Powel y los principios de la Pedagogía de San Leonardo Murialdo.
En el año de 1951 pide al p. general, Luis Casaril de ser enviado a la Misión del Napo. Llega a Quito, pero pasarán muchos años antes de que pueda llegar a su querida misión. En efecto, permaneció un año en la Capital también para aprender el Castellano, luego pasó a la ciudad de Ambato como maestro de novicios desde el año 1952 hasta el año 1955 y luego fue designado como superior de la comunidad de San Gabriel del Carchi.
En el año de 1961 es nombrado ecónomo provincial. Junto con el p. César Ricci, superior provincial, llevó a cabo la adquisición del terreno para construir el “Escolasticado San José” en Quito. Es preciso recordar que para entonces la Provincia no contaba con ninguna fuente de recursos económicos; el Colegio “Rubira” estaba comenzando, aún no existía el Colegio “Paulo VI” y las otras comunidades eran todavía pequeñas. La obra constituía un verdadero reto, pero estos Josefinos eran hombres de empresa y confiando en la Providencia de Dios como San Leonardo Murialdo y valiéndose de su gran don de gentes, encontraron en Ana Luisa Alarcón, una dama de la aristocracia, mujer de fe y corazón generoso, la benefactora del terreno. Realizaron el Plano y los 30 cuartos que servirían para habitación de los seminaristas, comenzaron a vender a los benefactores por el valor de cinco mil sucres, así pudieron empezar la construcción. P. Pedro viajaba periódicamente al vecino país de Colombia para conseguir intenciones de Misas y en fin como ecónomo tenía variadas formas de obtener ayudas para el progreso de nuestras comunidades.
Posteriormente ocupó el puesto de director de la Escuela Pío XII de San Gabriel y sucesivamente fue rector de los Colegios Técnicos Juan XXIII de Tena y Leonardo Murialdo de Archidona, logrando mejorar sus estructuras y adquiriendo más maquinarias para el uso de los alumnos.
Una etapa importante en su vida fue el trabajar al frente del cargo tan importante como difícil de procurador general de la Misión Josefina de Napo, por petición de los dos obispos: mons. Maximilano Spiller y mons. Julio Parise. Fue un período de intensa labor, buscando lo necesario para los 16 centros misioneros: los sueldos de los profesores, cemento, hierro y materiales para las diferentes construcciones, medicinas para los hospitales y centros de salud, vituallas para los misioneros y misioneras, atención a los hermanos y hermanas enfermos y sobre todo, atender a la capellanía de San Rafael por el lapso de 15 años, esto es desde 1976 hasta 1991.
Sus últimos años de apostolado los pasó de párroco de la misión de Borja, luego por una grave fractura ingresó en nuestro Hospital de Archidona.
En este punto vale la pena citar lo que nos dice el p. Luis Rizzo en el Boletín del Vicariato de Napo:
“En el Geriátrico, junto al Hospital tuvo un período de agudos dolores en las piernas que a pesar de la atención médica y remedios no lograba calmarlos. No obstante esto, p. Pedro estaba siempre sonriente, celebraba diariamente la Eucaristía, rezaba el Oficio de las Horas, voz oficial de la Iglesia orante e igualmente el Santo Rosario…”
Los superiores lo trajeron al Hospital Militar de Quito para que tuviera mayores atenciones, pero no obstante los cuidados esmerados de sus médicos amigos, su grave enfermedad y su edad avanzada impidieron toda mejoría y a petición suya, el procurador, p. Giovanni Pegoraro, lo llevó a San Rafael, en donde murió santamente.
En nuestra vida, el Padre permite el sufrimiento, como lo permitió en la de Jesucristo, su Hijo. Todos tenemos que participar en su Cruz, como El nos anunció: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Pero es necesario recordar, hermanos, que la Cruz de Cristo no nos aplasta. Al contrario: nos purifica y nos eleva. Porque el yugo de Cristo es suave, y su carga, ligera. Son los pecados de los hombres, son nuestros egoísmos quienes hacen pesada y cuesta arriba nuestra vida. Son especialmente las rencillas y los odios quienes secan el corazón y convierten no pocas veces la vida sobre la tierra en una lucha fratricida. Si en algunos momentos la vida de los hombres es amarga, no es porque ése sea el plan de Dios, es porque los hombres se han salido de ese plan. Sí, son los pecados de los hombres los que hacen tan difícil, tan ardua, tan angustiosa la vida que Dios quiso “suave y ligera”.
Para todos los que le hemos conocido, nos queda como preciosa herencia el ejemplo luminoso de sus eximias virtudes y la seguridad de haber adquirido un intercesor en el cielo.
Terminamos agradeciendo a Dios por habernos dado este insigne misionero para nuestra querida Congregación y para nuestro Oriente Ecuatoriano. ¡Paz en su tumba!
p. Hugo Sánchez - csj
superior provincial