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P. Eugenio Molon (01/12/1926 - 05/12/2008)






Altavilla (Vicenza)     - 1º de diciembre 1926

La Reina (Santiago) - 5  de diciembre 2008


      El día 5 de diciembre, a las 12.30 horas el Señor ha llamado a su Reino al P. Eugenio. Me quedó grabada su última noche. Tuve el privilegio de acompañarle.

Aquella tarde del 4 de diciembre, festejamos con la comunidad su reciente cumpleaños. Estaba cansado pero se le veía contento. Le gustaba la fiesta. Hablaba, nos contaba muchas cosas.

Jesús en este tiempo de adviento nos dice: “Estén en vela, porque no sabemos cuando vendrá, - si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo o al amanecer”.


P. Eugenio aquella noche no tenía prisa para ir a dormir, quería estar en vela, o esperarle a El. Agradeció a todos de una forma afectuosa que si bien la sentía, no era habitual expresarla en él. Cuando le vi tranquilo, me retiré. P. Eugenio  estaba preparado. Dios se acercó a él muchas veces estos últimos meses. El lo sabía. El encuentro con Jesús no fue una sorpresa para él.


    La vida del P. Eugenio es muy sencilla.

Había nacido en Altavilla (Vicenza) el 1º de diciembre de 1926. Pasó por Montecchio, hizo el noviciado en Vigone  en 1943, donde permaneció hasta 1945, luego filosofía en Ponte di Piave, magisterio en Oderzo y al Patronato del Santo y Camerini-Rossi de Padova. Lo encontramos en Viterbo para la teología, donde fue ordenado sacerdote el 17 de marzo de 1956, junto con los otros josefinos y su hermano Silvano, religioso scalabriniano.


            En diciembre de 1956 sale para Chile y lo vemos en Requínoa y la Punta de Codegua (1957-1961). En abril de 1958, a la camioneta en la que viajaba con otros 4 hermanos y 9 seminaristas se le revienta un neumático. Entre los más heridos, el P. Eugenio quien sufrirá de por vida pequeñas consecuencias. Un paréntesis de dos años en Mórrison (Córdoba – Argentina) para volver a Chile, entre Requínoa, Valparaíso. En 1999 pasa a La Reina. En 2006, celebra en Roma con sus compañeros los 50 años de Misa. Vuelve feliz y escribe: “No tengo palabras para manifestar mis impresiones. Sólo digo que es un hecho maravilloso, que me pide una inmensa gratitud a Dios, una responsabilidad para responder adecuadamente al don del Señor y decir ‘gracias’ a Chile”


           Maestro, formador de seminaristas, secretario, bibliotecario, educador de jóvenes en el patio de los Colegios, asistente Scout y de varios grupos.

Conocíamos sus chistes con los que se acercaba a los jóvenes, pero sobre todo, es el sacerdote apreciado  en las confesiones. Escribe: “¡Es verdaderamente hermoso vivir, conversar con los jóvenes! A ellos les gusta la verdad y  la justicia, el buen humor y la servicialidad, valores que los harán grandes delante de Dios y de la sociedad”. ¡Cuántos me han dicho estos días que le apreciaban por estar siempre disponible para confesar!


    Era un catequista. Su homilía, que a veces se prolongaba, era una catequesis.

     El otro aspecto era la cercanía con los enfermos. A cuántos ayudó, consoló, impuso el santo óleo acompañado por la oración. No eran acciones llamativas, pero ponía en ellas su corazón.


    P. Eugenio, un hombre sencillo, con una fe profunda. Venía de una familia de la que se sentía orgulloso. Los papás, Vittorio, hombre que luchó en las dos guerras mundiales  (como le gustaba recordarlo P. Eugenio) y Angela, nueve hermanos (tres murieron niños), de los otros seis, tres sacerdotes (Silvano y Vittorino, Scalabrinianos y Eugenio, Josefino de Murialdo), dos religiosas (Elvira y Angela) y Lino, casado con Angelina y tiene 4 hijos. Aprendió todo de sus papás. Esa fe que aprendió de niño, caminando hacia la Iglesia quedó grabada, inconmovible. Esa fe no se conmocionó con los cambios en la Iglesia, pero quedó profunda: “Dios por encima de todo” y la Virgen a la que aprendió a amar desde niño subiendo al cercano Santuario de Monte Berico. Reconoce que se lo debe todo a su familia. Y es correspondido. Y la prueba es que le visita desde Italia y permanece a su lado durante 20 días, precisamente los últimos de su vida, su hermana Elvira de 86 años, con una fortaleza espiritual increíble. Es la fe de los sencillos.

La lámpara de la que habla el Evangelio, el P. Eugenio la tiene siempre encendida, como últimamente quería que estuviese toda la noche la de su habitación, como una luz, siempre en vela.


Y Jesús en el Evangelio dice: “No se turbe su corazón…Voy a preparar un lugar para Ustedes. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”. Ciertamente Jesús le tiene preparada para P. Eugenio la habitación de la sencillez, de la escucha, del consuelo y del ofrecimiento a todos del perdón de Dios. Por eso ahora P. Eugenio escucha las Palabras de Jesús: “Vengan, benditos de mi Padre”. Palabra que ofrecen un gozo sin fin.


           Un obispo auxiliar de Santiago así recuerda al P. Eugenio: “Su nombre se inscribe en la innumerable lista de sacerdotes misioneros de Italia que han entregado lo mejor de sí mismos en la Iglesia que peregrina en Chile. Nada se ahorraron para sí. Al recuerdo del P. Eugenio se une también el del P. Armando. Hemos sido bendecidos por su comunidad religiosa. Hemos sido edificados espiritualmente por sus virtudes cristianas, sacerdotales y humanas”.

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          ¡Gracias P. Eugenio! Seguiremos rezando por ti y tú desde el cielo vela por nosotros y por las vocaciones por las que tanto rezaste.

                                                                                     

P. Pablo Cestonaro
                                                             superior provincial





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